Pedro Farés Bañuelos González. Psicólogo. latrodectusmactantaes@gmail.com
David D. Bañuelos Ramírez. Médico especialista. D en Cs. davra43@yahoo.com
UNO: Hay coronavirus verdaderos, falsos y otros que son psicológicos. Verdadero. Sí, hay quien lo tiene (la COVID-19) con todos los criterios y otros que piensan que lo tienen sin tenerlo, o bien, algunos a quienes diagnostican como COVID-19 erróneamente. Esto tiene consecuencias. La salud física con el coronavirus se ve afectada; son ampliamente conocidas las manifestaciones de fiebre, tos seca, fatiga, dolor insoportable por episodios en el cuerpo (un día, o un rato sí y otro no); alteraciones del sueño y palpitaciones, además de lesiones en la piel, caída del cabello, y todo ello, precedido por escurrimiento nasal, síntomas de gripe o resfriado, ardor de garganta y aumento de la temperatura, que es manejado por los médicos de primer contacto, inicialmente como faringitis o algo parecido. Cuando se agrega la disminución de la capacidad de detectar olores y sabores, la cosa ya es de pensarse. Y se piensa. Y hay muchos otros datos: durante y después de la enfermedad por coronavirus en sí. Muchos. Algunos dicen que son secuelas y otros afirmamos que son parte de la enfermedad por el coronavirus. Pero además de lo físico, hay que considerar lo psíquico: lo que le pasa a la mente, a la personalidad, a la salud mental, a la estabilidad o afectación de aquello que nos liga con el entorno. Lo que tiene que ver con cómo nos relacionamos, nos sentimos, nos realizamos o lo contrario: sentimientos de frustración, desesperanza, impotencia, miedo, angustia, o simplemente, incertidumbre. Reaccionamos diferente cada humano. Para lo que algunos, el padecer una enfermedad es terrible, para otros puede no serlo. La respuesta básica ante el estrés, de huida o pelea no lo es tal: no hay solo dos posibilidades. Las respuestas psíquicas y de salud mental ante el coronavirus son múltiples.
DOS: Se le reconoce a COVID-19 que puede ocasionar alteraciones del sueño, sea que dé mucho aumento del sueño, o bien, dificultad para conciliarlo. Tanto lo uno como lo otro afecta el rendimiento social, laboral, familiar y la propia sensación de bienestar a lo que se está acostumbrado; puede dar ansiedad o tristeza. El virus de la COVID-19 lo da. El saber que se tiene la enfermedad también. ¿Cuál pesará más? ¿Lo que da el coronavirus, o el saber que se tiene el mal? No es solo eso: no es suficiente, las manifestaciones en el área psicológica son variadas, y nunca hay una sola. Se dan como en racimo, como plaga, o como en cascada. Puede haber también irritabilidad, temblores y datos de neuropatía. Hay sensaciones nerviosas no bien determinadas ni fácilmente definibles por los que padecen la COVID-19. Algunos relatan que tienen sensaciones nerviosas que no pueden comparar con experiencias previas. Por ejemplo, refieren que “flotan”, como si pesaran menos, como si el suelo no se tocara fácilmente. Se deslizan. Llegar por lo tanto, de un sitio a otro es diferente a “antes”. Tienen incapacidad de concentrarse, de despertarse y/o incapacidad o dificultad para mantenerse despierto. Además se pierde el gusto y el olfato, por poco tiempo o bien, por una temporada larga. Hay visión borrosa, comezón en la piel, se altera la estética. Hay lesiones tipo “salpullido” o bien, semejantes a las del sarampión o más extensas. Si a esto agregamos que en alguna etapa de la enfermedad puede haber taquicardia (aumento de la frecuencia cardíaca, o sea, incremento en los latidos del corazón), palpitaciones, alteraciones del ritmo, es fácil comprender que se incremente la angustia. ¿Qué me va a pasar?. Eso se preguntan los sujetos. Lo desconocido siempre generará preocupación, angustia, incertidumbre.
TRES Que duela la cabeza un día es malo. Incómodo. Que duela mucho y más intenso de lo que estamos acostumbrados es peor. Si son muchos días, malo. Creemos que hemos venido a la vida a ser felices, productivos, a divertirnos en el tiempo libre, tener actividades deportivas, recreativas, comprar, vender, dormir bien, disfrutar la comida, el sueño. Vivir la vida, pues, –la vida es para vivirla– y disfrutarla. Pero llegó el coronavirus y se acabó la diversión. No solo el confinamiento interrumpió y modificó todo. También las formas de atender la enfermedad, el grado de conocimiento inicial que había de la misma; los rumores, la incertidumbre, el desgaste de los médicos y personal de salud. La dificultad de movilizarse, la posibilidad o realidad de perder el empleo, los ciclos escolares, contar con una incapacidad, contar con la protección laboral, contar con posibilidad de divertirse, fueron situaciones nuevas. Y la salud mental se trastocó: ya no fue lo mismo. El supuesto regreso a la “nueva normalidad” tampoco da garantías. Hay síndromes específicos: el síndrome de Burn Out es uno de ellos y que en forma sintética consiste en sentirse “quemado” desmotivado, cansado de proporcionar atención y cuidados a alguien que se le tienen que hacer en forma crónica. No es solo para los médicos y el personal de salud. Cualquiera que cuide a alguien en casa u otros sitios, puede sentirlo: levantarse un día, y al siguiente y al otro también y así, muchos días, para hacer lo mismo o ver el empeoramiento, produce esto: FATIGA CRONICA Y CINISMO. ¿Mental, individual y socialmente conviene?.
¿QUÉ HACER?. Depender de más medicamentos no será solución. Ya hay un número suficientemente alto de adicciones en México como para prescribir más fármacos. Hay adicción a refrescos de cola, bebidas azucaradas, alcohol y otros psicotrópicos, incluyendo drogas, como para pensar en más, o en fármacos. A lo largo de siglos de utilización, no han mostrado ser la solución, sino lo contrario: las adicciones son el problema. Sin ser moralistas: un clavo a veces no saca otro clavo. Salir de una dependencia para llegar a otra es como salir de Guatemala para entrar a Guatepeor. Bien, entonces, venga el enfoque de la creatividad, del humor bien hecho, de la información bien proporcionada; de nuevas formas de estructurar el tiempo y del no abuso de frases como: “échale ganas”; “ánimo”, y otras parecidas cuando se dicen sin un complemento realista, verdadero, y que se sienta empático. Compartir experiencias, colaborar en grupos de apoyo, y proporcionar atención médica efectiva son parte de las soluciones. Solo que: se necesitan más médicos capacitados, personal de salud entrenado y que no haya faltantes en las farmacias. Si además de gráficas, gráficas y gráficas hasta el infinito y más allá, se atiende la salud mental de los afectados por el COVID 19 y los que no lo están, otra historia nos cantara hasta que llegue la vacuna anti COVID 19 y se aplique de manera universal y gratuita. Y aún hay más que comentar, pero será en otra ocasión.
Referencias disponibles en la web:
Desafortunadamente los materiales actuales de la OMS, y la Organización Panamericana de la Salud más otras instituciones públicas, no les darán soluciones. Véanlos sin muchas esperanzas. En un futuro cercano compartiremos material útil, con técnicas, sugerencias y sustento. La empatía es básicamente “ponerse en los zapatos del otro”. En esta pandemia, debemos cuidarnos los unos a los otros y compartir información útil. Eso se irá haciendo en forma programática.
https://www.paho.org/es/salud-mental-covid-19
https://coronavirus.gob.mx/salud-mental/