Sinaloa.- Los bosques que unen los estados de Sinaloa, Durango y Chihuahua se transformaron en una zona de guerra invadida por minas terrestres ocultas en las montañas y explosivos artesanales lanzados desde drones y avionetas. La disputa interna del Cártel de Sinaloa no solo alteró la vida de las comunidades y desplazó a miles de familias, también provocó la peor temporada de incendios en los últimos 10 años.
En el primer semestre de 2025, más de 281 mil hectáreas de bosque ardieron en esta región de la Sierra Madre Occidental, una cifra superior a las 124 mil hectáreas registradas en el mismo periodo de 2024, y más de lo que se perdió durante todo ese año, cuando se incendiaron 130 mil hectáreas. El daño también rebasa las 170 mil hectáreas afectadas en todo 2023, un año considerado crítico por la sequía histórica que azotó a México. La magnitud del desastre de esta región contrasta con el resto del país, donde los números de dos años atrás aún no han sido superados.
La pelea entre grupos del Cártel de Sinaloa estalló en septiembre de 2024, con la ruptura de las facciones ligadas a los hijos de Joaquín Guzmán Loera, alias El Chapo, e Ismael Zambada García, alias El Mayo. La confrontación inició después de una supuesta traición que habría facilitado la entrega de El Mayo a Estados Unidos. Desde entonces, la violencia ha dejado más de dos mil asesinatos, casi tres mil personas desaparecidas, desplazamientos forzados, pérdidas económicas por el cierre de negocios y caída de empleo en varias regiones del estado.
Habitantes de Sinaloa, Durango y Chihuahua entrevistados aseguran que varios de los incendios del último año comenzaron después de enfrentamientos armados y ataques con drones en lo profundo de los bosques. “Veíamos pasar el dron, luego se escuchaba la bomba, una explosión, y al ratito levantaba el humito y se prendía el bosque”, relata un poblador entrevistado en la zona serrana del sur de Sinaloa, en los límites con Durango.
Sandra Guido, directora de Conselva, Costas y Comunidades, una organización ambiental que trabaja en temas de conservación y desarrollo sustentable que tiene su base en Mazatlán, Sinaloa, explica que el tamaño de la devastación actual es resultado de varias circunstancias que se conjugaron con el contexto de violencia, como sequías prolongadas que dejaron el bosque seco y vulnerable, recortes presupuestales a la Comisión Nacional Forestal (Conafor) y a gobiernos locales, además de la reducción de programas de prevención y reforestación.
“La vegetación es más susceptible que cualquier asunto, llámese un vidrio o cualquier otro tema, te genere incendios con un alcance mucho mayor porque toda la vegetación está degradada”, explica la ambientalista.
Cuando la guerra estalló, el bosque estaba seco y listo para arder.





