Los Mochis, Sin.- Cientos de personas acuden año con año a presenciar lo que resulta ser uno de los eventos culturales más ricos de la región: los contis indígenas de San Miguel Zapotitlán.
Esta sindicatura del municipio de Ahome se erige como el centro ceremonial más grande en todo Sinaloa, y al día de hoy, aún con el pasar de los años es posible ver desde ancianos, hasta personas jóvenes e incluso niños vestidos con las tradicionales ropas del venado yoreme.
Se trata de una herencia que cobra muchísimo significado para los descendientes de los pobladores originarios, quienes habitaron aquí antes que nadie y aún a la fecha mantienen una relación sumamente profunda con la naturaleza y el ecosistema del lugar.
Según la explicación de Diana Aboyte Valenzuela, bandera yogua del centro ceremonial San Miguel Arcángel, todo comienza el miércoles de tinieblas con el aprisionamiento de Jesucristo, quien según la tradición se fuga en la madrugada del jueves y es ahí cuando todos los judíos, enfundados en sus trajes típicos, salen a las corridas para tratar de encontrarlo.
El día viernes se encuentra y se da muerta al Señor, ceremonia que se lleva a cabo dentro del templo para posteriormente exponer el cuerpo en una urna para que todos los fieles acudan a tocarlo y rezarle.
“De ahí vamos a esperar a los judíos que andan a las corridas para el lado de Zapotillo que vengan al atardecer, de las 5:00 en adelante se hace el conti con la corrida, la procesión de los santos, la Virgen de Dolores, la Virgen María de Guadalupe, San Judas y nuestro Señor Jesucristo ya en la urna”.
Luego, el día sábado se realiza la llamada corrida de gloria y quema de máscaras a las 12:00 del mediodía.
Finalmente, el domingo se anuncia la resurrección de Jesús, se baja la imagen del niño perdido a la enramada y ahí se adorna con un bule de agua, una cruz con una penca de miel, un pescado y un pedazo de pan.
Como muchos locales, la señora Diana mantiene una manda de por vida que le inspira a permanecer en el servicio constante a Dios.
Explicó que pese al fallecimiento de muchos hombres y mujeres líderes indígenas, las nuevas generaciones poco a poco se han integrado para mantener viva esta tradición.
Y es que es común visualizar a pequeños niños enfundados en las ropas tradicionales de los yoremes, chiquillos a quienes se les enseña prácticamente desde su nacimiento el significado de sus raíces.
Es el caso de Javier Eduardo, quien a sus ocho años de edad gusta de acudir todos los años al centro ceremonial vestido de judío para realizar las danzas y los rezos típicos de su cultura.
“Me enseñaron mi abuelo y mi mamá. Los tenábaris los hacen con capullos de mariposas que se llaman mariposas cuatro espejos. Me siento feliz, me gusta”.
Otras personas como la señora Julieta, acuden todos los años en Semana Santa para tocar y rezarle al cuerpo de Jesucristo.
Ella asegura que, con la fe por delante, el Señor le ha concedido muchos milagros a través de los años, y aún recuerda cómo literalmente le cayó encima una figura del Hijo de Dios cual pesada es, impactándola directamente sobre la frente.
“A mí me cayó aquí mira (se señala la frente), hace 46 años me cayó aquí encima ahí adentro, cuando estaba preso. Ahí anda mi hijo, lo traía en los brazos, estábamos rezándole el rosario y no sé cómo se me vino y la espina aquí me la clavó. No te miento, cada año yo me doy tres golpes, las tres caídas de él yo me la doy, es una bendición pa’ mí y pa’ mi familia porque yo he pasado por muchos problemas y gracias a Dios de ahí no pasamos, él está con nosotros”.
Es así que, generación tras generación, las tradiciones yoremes han perdurado junto con todo su simbolismo, riqueza cultural y espiritualidad, una herencia que une a chicos y grandes alrededor de la fe.