Uruguay.– «No soy pobre, soy sobrio, liviano de equipaje. Vivo con lo justo para que las cosas no me roben la libertad». Así explicaba su sencillo estilo de vida José Mujica, que accedió a la Presidencia de Uruguay en 2010 y se marchó en 2015 con una imagen positiva en la opinión pública de, nada más y nada menos, el 65% de la población.
«No soy pobre, soy sobrio, liviano de equipaje. Vivo con lo justo para que las cosas no me roben la libertad». Así explicaba su sencillo estilo de vida José Mujica, que accedió a la Presidencia de Uruguay en 2010 y se marchó en 2015 con una imagen positiva en la opinión pública de, nada más y nada menos, el 65% de la población.
Su aspecto campechano y la naturalidad con la que hablaba de su filosofía de la vida silvestre atrajeron a distintos personajes de todo el mundo a su granja. Desde el cineasta Emir Kusturica, que filmó un documental sobre su vida, hasta el fallecido astro del fútbol mundial Diego Armando Maradona. Él los recibía con pan crujiente y vino fresco en la mesa.
Ese vejete amable y de frases sabias e ingeniosas, sin embargo, contrastaba con el «Pepe» que de joven empuñó las armas por la revolución socialista. En la década de los 60 del siglo pasado participó activamente en el ‘Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros’, la guerrilla urbana de izquierdas en Uruguay.
En el marco de la Guerra Fría e inspirado en la revolución cubana de los hermanos Castro y el argentino Ernesto ‘Che’ Guevara en 1959, ‘Tupamaros’ intentó repetir aquella experiencia del foco guerrillero, un puñado de combatientes soñaba levantar al pueblo y conquistar el poder.
Lucha contra la locura
La acción tupamara más famosa fue el secuestro de Dan Mitrione, un agente de la CIA estadounidense acusado de instruir a policías uruguayos en torturas. La guerrilla pidió a cambio la libertad de 150 presos, ante la negativa del gobierno lo asesinó. La película ‘Estado de Sitio’, del griego Costa Gavras, recreó esa historia.
A lo largo de aquellos años guerrilleros, Mujica llegó a enfrentarse a tiros contra la Policía y hasta recibió en su cuerpo seis impactos de bala. Terminó prisionero en la cárcel de Punta Carretas, en Montevideo, y de allí se fugó dos veces junto a otros militantes recluidos.
Pero de nuevo él y otros jefes de ‘Tupamaros’ fueron apresados por la dictadura militar, que gobernó en Uruguay de 1973 a 1985, y encerrados en aislamiento e incomunicación. A él lo confinaron tres años en el fondo de un aljibe ya sin agua. Allí hablaba, según contó, a las ratas y las lagartijas para no volverse loco.
«Nos tocó pelear con la locura, porque más bien, en ese tipo de prisión, buscaron que quedáramos lelos. Y triunfamos: no quedamos lelos», se vanagloriaba. La película ‘La noche de los 12 años’, en la que el actor español Antonio de la Torre interpretó a Mujica, representó esa historia.
Liberado tras el regreso de la democracia a Uruguay en 1985, volvió a la participación ciudadana pero ya no empuñando las armas sino integrándose en la política partidaria. Así, Mujica y ‘Tupamaros’ se tornaron pacifistas sumándose al ‘Frente Amplio’, una coalición de fuerzas progresistas y de izquierda.
Primero resultó elegido diputado en 1994. Y en 1999, senador. Después fue ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca. Hasta que en 2009 fue aupado como presidenciable, momento en el que por primera vez usó un traje. Aunque sin corbata. En las urnas venció con el 54,63% de votos frente al 45,37% del conservador Luis Alberto Lacalle.
De esta forma se integró en la denominada «ola rosa» de gobiernos izquierdistas y progresistas que hubo a principios de este siglo en Suramérica. Ricardo Lagos, Chile; Lula da Silva, Brasil; Néstor y Cristina Kirchner, Argentina; Hugo Chávez, Venezuela; Evo Morales, Bolivia; Rafael Correa, en Ecuador; o Fernando Lugo en Paraguay.
Su gobierno se distinguió por una marcada subida del gasto social. Gracias a ello, según datos oficiales, el desempleo cayó del 13% al 17% y el salario mínimo aumentó un 250%. También aprobó las leyes de despenalización del aborto y del matrimonio igualitario. Y, de forma atrevida e inédita, nacionalizó la marihuana.
«No soy pobre, soy sobrio, liviano de equipaje. Vivo con lo justo para que las cosas no me roben la libertad». Así explicaba su sencillo estilo de vida José Mujica, que accedió a la Presidencia de Uruguay en 2010 y se marchó en 2015 con una imagen positiva en la opinión pública de, nada más y nada menos, el 65% de la población.
«Pepe», como le llamaban afectuosamente casi todos los uruguayos, ha fallecido este martes en Montevideo a los 89 años a raíz de complicaciones de salud, causadas por un cáncer de esófago, según anunció el presidente uruguayo, Yamandú Orsi. «Al fin y al cabo, que me quiten lo bailado», se alentaba el propio Mujica a sí mismo meses atrás al anunciar su enfermedad en rueda de prensa.
Ese vejete amable y de frases sabias e ingeniosas, sin embargo, contrastaba con el «Pepe» que de joven empuñó las armas por la revolución socialista. En la década de los 60 del siglo pasado participó activamente en el ‘Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros’, la guerrilla urbana de izquierdas en Uruguay.
En el marco de la Guerra Fría e inspirado en la revolución cubana de los hermanos Castro y el argentino Ernesto ‘Che’ Guevara en 1959, ‘Tupamaros’ intentó repetir aquella experiencia del foco guerrillero, un puñado de combatientes soñaba levantar al pueblo y conquistar el poder.
Lucha contra la locura
La acción tupamara más famosa fue el secuestro de Dan Mitrione, un agente de la CIA estadounidense acusado de instruir a policías uruguayos en torturas. La guerrilla pidió a cambio la libertad de 150 presos, ante la negativa del gobierno lo asesinó. La película ‘Estado de Sitio’, del griego Costa Gavras, recreó esa historia.
A lo largo de aquellos años guerrilleros, Mujica llegó a enfrentarse a tiros contra la Policía y hasta recibió en su cuerpo seis impactos de bala. Terminó prisionero en la cárcel de Punta Carretas, en Montevideo, y de allí se fugó dos veces junto a otros militantes recluidos.
Pero de nuevo él y otros jefes de ‘Tupamaros’ fueron apresados por la dictadura militar, que gobernó en Uruguay de 1973 a 1985, y encerrados en aislamiento e incomunicación. A él lo confinaron tres años en el fondo de un aljibe ya sin agua. Allí hablaba, según contó, a las ratas y las lagartijas para no volverse loco.
«Nos tocó pelear con la locura, porque más bien, en ese tipo de prisión, buscaron que quedáramos lelos. Y triunfamos: no quedamos lelos», se vanagloriaba. La película ‘La noche de los 12 años’, en la que el actor español Antonio de la Torre interpretó a Mujica, representó esa historia.
Primero resultó elegido diputado en 1994. Y en 1999, senador. Después fue ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca. Hasta que en 2009 fue aupado como presidenciable, momento en el que por primera vez usó un traje. Aunque sin corbata. En las urnas venció con el 54,63% de votos frente al 45,37% del conservador Luis Alberto Lacalle.
De esta forma se integró en la denominada «ola rosa» de gobiernos izquierdistas y progresistas que hubo a principios de este siglo en Suramérica. Ricardo Lagos, Chile; Lula da Silva, Brasil; Néstor y Cristina Kirchner, Argentina; Hugo Chávez, Venezuela; Evo Morales, Bolivia; Rafael Correa, en Ecuador; o Fernando Lugo en Paraguay.
Su gobierno se distinguió por una marcada subida del gasto social. Gracias a ello, según datos oficiales, el desempleo cayó del 13% al 17% y el salario mínimo aumentó un 250%. También aprobó las leyes de despenalización del aborto y del matrimonio igualitario. Y, de forma atrevida e inédita, nacionalizó la marihuana.
«No es bonito legalizar la marihuana, pero peor es regalar gente al narco», se justificaba. Uruguay es el país con mayor regulación oficial del cannabis: el Estado tiene injerencia en el cultivo, manufactura, venta y distribución, además de acceso a las listas de consumidores y los clubes de fumadores.
Ya de vuelta de todo y retirado en el campo, donde enseñaba trabajos rurales a chicos pobres, Mujica admitía los altibajos de su gestión. «Sacamos a bastante gente de la extrema pobreza, pero –reconocía- no los hicimos ciudadanos, los hicimos mejores consumidores. Esa es una falla nuestra».
Con información de El Español