Ciudad de México.- El 31 de julio pasado, el municipio de Calkiní, en Campeche, se convirtió en el centro de una polémica nacional.
Durante una festividad local, habitantes introdujeron serpientes, iguanas y otros animales silvestres en cántaros de barro para que menores de edad los rompieran, como si fueran piñatas.
El hecho, denunciado por ciudadanos y documentado en redes sociales, donde, además se compartieron videos, lo que abrió un intenso debate: ¿hasta dónde llegan los usos y costumbres cuando se trata del bienestar animal?
Profepa atiende denuncia
Tras recibir la denuncia, inspectores de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) acudieron antes del evento para advertir que esa práctica violaba la Ley General de Vida Silvestre. Sin embargo, su presencia generó tensión con los pobladores, quienes los hicieron retirarse.
Ante las denuncias, la Profepa activó un operativo legal:
- 5 de agosto
- 6 de agosto
Envió un exhorto al Ayuntamiento de Calkiní para que respete las leyes ambientales y cumpla con su propio Reglamento de Medio Ambiente.
También notificó a la Comisión de Derechos Humanos del Estado, debido a la participación de menores en la actividad, y al Congreso local por la posible implicación de una diputada en la organización (en redes sociales aparecen imágenes de la legisladora Mayda Mas Tun).
Además, el caso podría escalar al Código Penal Federal, cuyo artículo 420 prevé penas de hasta nueve años de prisión por dañar fauna silvestre.
¿Tradición o maltrato?
Para algunos habitantes, esta práctica forma parte de su cultura y se ha repetido por generaciones. Sin embargo, la legislación mexicana es clara: el uso de animales silvestres en espectáculos o rituales que les provoquen sufrimiento está prohibido.
La discusión no es nueva. En los últimos años, costumbres como peleas de gallos, corridas de toros y ciertos rituales con animales han sido cuestionadas bajo una óptica moderna que prioriza el bienestar animal y los derechos de la infancia. El dilema se intensifica cuando las tradiciones implican crueldad o ponen en riesgo a especies protegidas.
Impacto en menores
La participación de niñas y niños en actividades que implican violencia contra animales puede normalizar conductas agresivas y reducir la empatía hacia otras formas de vida. De ahí la preocupación de la Comisión de Derechos Humanos y de diversas organizaciones protectoras de animales.
Además, la exposición mediática del caso ha generado una imagen negativa de la comunidad, lo que podría afectar su reputación y turismo, especialmente en un contexto global donde el respeto ambiental es un valor cada vez más exigido.
Se abre debate
El caso de Calkiní no es un hecho aislado; refleja un reto nacional: ¿cómo preservar la identidad cultural sin transgredir las leyes ni los principios de bienestar animal? La respuesta podría estar en la adaptación de las tradiciones, sustituyendo prácticas dañinas por actividades simbólicas que mantengan el espíritu festivo sin sacrificar vidas.
La Profepa dejó claro que seguirá el caso hasta sus últimas consecuencias. Mientras tanto, el debate sigue abierto: tradición y ley se encuentran en una encrucijada, y el futuro dependerá de qué tanto estemos dispuestos a evolucionar como sociedad.
Con información de Excélsior