Monterrey, N.L.- Una casa olvidada por el tiempo ha vuelto a abrir sus puertas, y con ella los miedos y susurros que por décadas envolvieron a la calle de Aramberri resurgen con más fuerza que nunca. Esta casona, envuelta en historias de horror y tragedia, sigue alimentando las leyendas urbanas de Monterrey. Lo que alguna vez fue un hogar lleno de vida se convirtió en escenario de uno de los crímenes más espeluznantes de la ciudad, y ahora, con su reapertura, el eco de aquellos terribles eventos parece cobrar nueva vida, acechando tanto a curiosos como a aquellos que intentan darle un nuevo propósito.
En el fatídico año de 1933, las víctimas, Antonia Lozano de Montemayor y su hija Florinda Montemayor, fueron brutalmente asesinadas dentro de la casa. Los rumores apuntan a que el principal sospechoso fue un conocido de la familia. Delfino Montemayor descubrió el asesinato de su hija Florinda al regresar de su trabajo en la Fundidora. La encontró degollada, con las manos atadas, y cubierta por un cobertor, lo que inicialmente sugirió un robo, ya que faltaban objetos de valor. Una pista clave fue un rastro de sangre que condujo a una carnicería de Gabriel Villareal, donde se encontraron prendas ensangrentadas. Las investigaciones revelaron que los atacantes podrían haber sido conocidos de las víctimas, ya que no se forzó la puerta. Finalmente, los culpables fueron identificados como Fernando y Heliodoro Montemayor, familiares de Delfino, junto con varios cómplices.
Este doble homicidio llenó de terror a los habitantes de Monterrey y marcó para siempre la reputación de la casona. Esta casona, envuelta en historias de horror y tragedia, sigue alimentando las leyendas urbanas de Monterrey.
La Historia de la Casa Maldita de Aramberri
¿Por qué permaneció tanto tiempo cerrada sin que la demolieran?
Durante décadas, la casa de Aramberri permaneció cerrada, envuelta en el misterio y la superstición.
La razón principal por la cual no fue demolida radica en la carga histórica y la notoriedad que ganó tras los crímenes. Además, muchos creían que derribar la casa podría desatar una maldición o liberar algo que debía permanecer encerrado.
Los propietarios sucesivos no se atrevieron a intervenir en la estructura, y los rumores de sucesos paranormales disuadieron a posibles compradores, lo que contribuyó a su abandono y conservación casi intacta.
La casa, convertida en un símbolo del terror local, quedó congelada en el tiempo, como una advertencia muda de las tragedias ocurridas en su interior.
Los atroces crímenes de 1933
La tragedia que sacudió a Monterrey en 1933 dejó una herida abierta en la comunidad. La brutalidad de los asesinatos cometidos dentro de la casa maldita no solo cobró la vida de una madre y su hija, sino que también destrozó el sentido de seguridad del vecindario.
La ferocidad de los crímenes se describió en los titulares de los periódicos de la época, que narraban con detalle el horror que la familia sufrió. Los detalles de cuerpos desmembrados y el rastro de sangre que impregnaba cada rincón de la casa hicieron que el lugar se convirtiera en una leyenda viva, rodeada de mitos sobre almas atormentadas y sombras que nunca se fueron.
La violencia de los hechos estremeció a todo Monterrey y dejó una marca indeleble en la memoria colectiva. Se dijo que las víctimas fueron torturadas en una orgía de sangre y horror, y que el asesino dejó tras de sí una escena espeluznante: cuerpos desmembrados, sangre impregnando las paredes, y el eco de gritos que, según los vecinos, aún puede escucharse en las noches más oscuras.
«Yo no entraría ni aunque me pagaran», comentó un vecino de la zona que se rehusó a dar su nombre, al observar las luces del nuevo restaurante desde la otra acera. «Esa casa… no está sola». Sus palabras se alinean con las creencias populares de los habitantes del barrio, quienes desde hace generaciones han evitado pasar demasiado cerca de la propiedad, especialmente al caer la noche. Las sombras parecen alargarse cuando el sol se oculta, y los más supersticiosos aseguran que en las noches sin luna se pueden escuchar lamentos que provienen de su interior.
Desde su cierre tras los crímenes, la casona de la calle de Aramberri ha sido objeto de incontables leyendas urbanas. Historias de fantasmas, presencias malignas y sombras que acechan a quien osa acercarse. Los rumores crecieron hasta tal punto que el lugar fue evitado por generaciones, quienes lo consideraban maldito. Relatos de extrañas apariciones, llantos inexplicables, y objetos que se movían por sí solos se han compartido entre vecinos durante décadas. Incluso se cuenta que algunos intrépidos que se atrevieron a entrar, en distintas ocasiones a lo largo de los años, salieron aterrados, incapaces de describir lo que vieron, pero con la certeza de que algo malvado habitaba el lugar.
La Reapertura y el Terror Persistente
El ambiente al interior de la casa de Aramberri refleja una mezcla de lo antiguo y lo perturbador. En la fachada, un cartel ondeante anuncia «La Casa de Aramberri» con letras que evocan un pasado inquietante. Tras esa entrada, se encuentra un espacio cuidadosamente ambientado para captar el espíritu del terror que la historia de la casa encarna. En las paredes, el envejecido empapelado y las grietas recuerdan el deterioro inevitable del tiempo, mientras que los retratos enmarcados de rostros inexpresivos parecen seguir con la mirada a cada visitante que se aventura a entrar.
Dentro del establecimiento, la decoración no hace más que intensificar la atmósfera sombría. Una mesa vacía, ubicada junto a un candelabro apagado, parece estar preparada para invitados que nunca llegarán, quizá aquellos que han quedado atrapados entre dos mundos. Las fotografías en la pared muestran figuras del pasado: miradas serias, casi espectrales, que dan una sensación de que el tiempo no avanza dentro de esos muros.
Uno de los detalles que más destaca es una inquietante figura de pie en una esquina, cubierta con un vestido blanco y con el cabello desordenado cubriendo el rostro. Aquellos que pasan junto a ella sienten un escalofrío instantáneo, como si la figura inerte cobrara vida con cada vistazo furtivo. A su lado, el propietario del restaurante —vistiendo una camiseta con la imagen de una figura fantasmal— se desplaza entre las mesas, intentando mantener un aire de normalidad, aunque la presencia de la figura parece ser una advertencia constante de la naturaleza oscura del lugar.
Durante la inauguración, mientras los empleados cortaban el listón rojo y las personas hacían fila para entrar, el aire se llenaba de una curiosidad casi morbosa. Algunos visitantes miraban hacia las ventanas superiores, esperando ver algo moverse entre las sombras. Otros se mantenían en la fila, ansiosos por vivir la experiencia que prometía el lugar, aun cuando el temor les atenazaba el pecho.
El restaurante busca atraer con su promesa de misterio y una experiencia singular, pero es difícil ignorar las vibraciones que emanan de las paredes. Esas piedras, desgastadas por el tiempo y los horrores que han presenciado, parecen murmurar historias de sufrimiento y tragedia a quienes se atreven a escuchar. La cocina, aún decorada con utensilios de antaño, evoca una época pasada, un momento en el que la casa era un hogar, antes de que el mal se apoderara de sus muros.
Sin embargo, para los habitantes de Monterrey, el eco de aquellos crímenes horrendos sigue alimentando los temores más profundos. Los vecinos más ancianos recuerdan las advertencias de sus padres, quienes les prohibían acercarse a la casona. Aún hoy, algunos se persignan al pasar por la calle de Aramberri, convencidos de que los que ahí murieron nunca se han ido del todo. Hay quienes aseguran que, al pasar cerca, se puede sentir una inexplicable presión en el pecho, como si el lugar mismo estuviera tratando de advertirles que se alejen.
La larga fila de curiosos y visitantes se extiende más allá de la entrada. Algunos esperan con impaciencia, mientras otros lucen desconfiados, observando la estructura con una mezcla de fascinación y recelo. Todos parecen querer echar un vistazo al oscuro pasado que se oculta dentro de la casa, aunque saben que, una vez dentro, podrían salir con más preguntas que respuestas y con el inquietante presentimiento de que algo los observó desde las sombras.
N. de la R. La Casa de Aramberri es uno de los sitios más emblemáticos y enigmáticos de Monterrey, Nuevo León, debido al trágico suceso ocurrido el 5 de abril de 1933 donde las mujeres fueron brutalmente asesinadas en su propia casa, un crimen que conmocionó a toda la ciudad. El motivo del asesinato fue presuntamente el robo, ya que se sabía que la familia poseía una considerable suma de dinero. El horror del crimen y el misticismo que lo rodeó fueron elementos clave para convertir esta casa en una leyenda urbana. La casa, ubicada en la calle Aramberri del centro de Monterrey, ha permanecido asociada con relatos de eventos paranormales, lo que ha reforzado su estatus de «casa maldita». A lo largo de los años, las historias de sombras extrañas y gritos en las noches han alimentado el imaginario colectivo, y la reapertura reciente del inmueble ha provocado que resurjan esos relatos. Pese a su reapertura como restaurante, las leyendas y el pasado oscuro del lugar siguen siendo una parte importante de la narrativa que rodea a esta icónica casona que parece no poder desligarse del terrible eco de los crímenes de 1933.