Los periodistas Maria Ressa y Dmitri Muratov, Premio Nobel de la Paz 2021

Estados Unidos.- El Comité Noruego ha anunciado este viernes en Oslo el Premio Nobel de la Paz, que este año ha recaído en los periodistas Maria Ressa y Dmitri Muratov por su trabajo por la libertad de prensa y para denunciar los abusos de poder en Filipinas y Rusia, respectivamente.

El jurado ha reconocido su “lucha valiente” para “defender los derechos humanos” y “la libertad de expresión” en sus países, según expresó la presidenta del Comité, Berit Reiss-Andersen.

“La señora Ressa y el señor Muratov representan a todos los periodistas que defienden esos ideales en un mundo en el que la democracia y la libertad de prensa se enfrentan a condiciones cada vez más adversas”, recalcó la presidenta de la institución. “El periodismo libre, independiente y basado en hechos sirve para proteger contra el abuso de poder, la mentira y la propaganda de guerra”, añadió Reiss-Andersen.

La anterior vez que se concedió el Nobel de la Paz a un periodista fue en 1935, al alemán Carl von Ossietzky por sus reportajes sobre un programa de rearme que Alemania mantuvo en secreto entre las dos guerras mundiales.

Nóvaya Gazeta ha sacado a la luz escándalos políticos del Gobierno ruso y de la oligarquía, casos de corrupción, violaciones de derechos humanos, crímenes en el Cáucaso o las purgas, torturas y persecuciones a personas LGTBI+ en Chechenia.
“Usaremos este premio para luchar por el periodismo ruso, que ahora están tratando de reprimir”, ha dicho Muratov en una rueda de prensa a las puertas del diario en Moscú. El periodista comentó que él habría otorgado el galardón al líder opositor Alexéi Navalni, encarcelado en Rusia desde enero y uno de los favoritos de las casas de apuestas.

El premio para Muratov llega en un momento en el que la libertad de prensa y los periodistas críticos viven un momento nefasto en Rusia. En los últimos tiempos, el Kremlin ha puesto en marcha una campaña de represión sin precedentes contra los medios independientes y sobre los propios reporteros. Redadas, arrestos, procesos judiciales, costosa burocracia y la incesante amenaza de ser declarado “agente extranjero”, una etiqueta infame que cada vez más medios independientes ostentan ―y periodistas individuales― y que les dificulta no solo la supervivencia económica sino el trabajo diario.

Rusia ocupa el puesto 150º en el Índice mundial de libertad de prensa de 2021 de Reporteros sin Fronteras, por debajo de estados como Zimbabue y Sudán del Sur. Hasta 28 reporteros han sido asesinados en el país durante los últimos 20 años, según el Comité para la Protección de los Periodistas.

Los reporteros de Nóvaya Gazeta y Muratov lo saben bien. Seis de sus periodistas o analistas han sido asesinados desde la fundación del diario. De hecho, el Nobel llega un día después del 15 aniversario del asesinato a tiros en el portal de su casa de Moscú de Anna Politkóvskaya, una de sus periodistas más destacadas. Y un día después de que prescriba el delito. Se condenó a los ejecutores del crimen, pero jamás se identificó a los artífices y organizadores del asesinato de la reportera de investigación, muy crítica con el Kremlin y con el presidente Vladímir Putin, y que preparaba un artículo sobre crímenes en Chechenia.

El director de Nóvaya Gazeta ―que tiene tres propietarios, el último líder de la URSS, Mijaíl Gorbachov, el exagente del KGB y ahora banquero y crítico Alexander Lebedev, y el propio personal del periódico― ha dedicado el premio a los periodistas del diario asesinados.
“No puedo atribuirme el mérito de este premio. Es mérito de Nóvaya Gazeta. Es para aquellos que murieron defendiendo el derecho de las personas a la libertad de expresión”, ha dicho el periodista, que ha explicado que donará parte del premio a una fundación de ayuda e investigación de enfermedades infantiles raras.

El Kremlin se ha apresurado a felicitar al director de Nóvaya Gazeta. Muratov, ha dicho el portavoz de Putin, Dimitri Peskov, “tiene talento y es valiente”. “Trabaja constantemente de acuerdo con sus ideales y está comprometido con ellos”, ha añadido el portavoz del Kremlin.

Murátov ha tratado de hacer malabarismos con sus coberturas e interactuar con el Kremlin. Y el medio, aunque se ha enfrentado a acoso constante e incluso a ataques contra sus oficinas, todavía no ha sido estigmatizado con esa etiqueta de “agente extranjero”, aunque muchos se preguntan cuánto tardará. Ahora, el Nobel podría darle un espaldarazo. Aunque recibir el dinero que acompaña al premio, ha remarcado Muratov, también podría exponerlo a la infame designación.

Una referencia en Filipinas

Para Maria Ressa (Manila, 1963), la periodista que comparte el galardón con Muratov, y cofundadora del medio filipino independiente Rappler, el galardón anunciado este viernes en Oslo confirma la importancia de informar sobre los hechos y de arrojar luz sobre lo que los poderosos preferirían ocultar.

“Un mundo sin hechos significa un mundo sin verdad ni confianza. Y sin verdad ni confianza no puedes luchar contra el coronavirus. No puedes luchar contra el cambio climático”, aseveraba inmediatamente tras conocer la noticia, en declaraciones a su propio medio, Rappler.

“Que hayamos recibido este galardón un periodista ruso y yo dice mucho del estado de Filipinas, del estado del mundo”, ha considerado esta reportera a la que mantener el foco sobre el Gobierno del presidente filipino Rodrigo Duterte e informar sobre presuntos escándalos de esa Administración le ha valido 10 órdenes de detención en dos años.

“El periodismo nunca ha sido tan importante como ahora, y sin embargo llevar a cabo este trabajo se ha hecho tan difícil”, consideraba, aún asombrada del reconocimiento del Comité Nobel, pero con la tranquilidad de la que ha hecho gala en todo tipo de circunstancias. También cuando salió sonriente de los juzgados en los que se la declaró culpable de un delito de difamación cibernética, por el que fue condenada a seis años de cárcel en 2020, un caso aún pendiente de su apelación. Como otros siete iniciados contra ella y contra su medio, por evasión fiscal entre otros delitos, y que Ressa y Rappler consideran “motivados políticamente”.

En todas y cada una de sus detenciones, esta mujer menuda ha prometido continuar poniendo el foco sobre la gestión de Duterte y su guerra contra las drogas. “No tenemos ni idea de cuántas personas exactamente han muerto en esta guerra brutal… A plena luz del día vimos a la policía recortar los números de 7.000 a 2.000 en 2017, ahora en 2021 tienes a grupos defensores de los derechos humanos diciendo que son decenas de miles, más de 30.000, y la policía dice algo muy distinto”.

La nueva galardonada, declarada persona del año por la revista Time en 2018, no parecía predestinada al periodismo. Huérfana de padre desde que tenía un año, la dictadura de Ferdinand Marcos hizo que se trasladara de niña con su madre a Estados Unidos, donde se formó y tomó el apellido de su padrastro, quien la adoptó. Poseedora de la doble nacionalidad, filipina y estadounidense, se graduó en la Universidad de Princeton en biología molecular.

Ressa regresó a su país en la época en la que las manifestaciones populares derrocaron a Marcos y su esposa Imelda, para cursar teatro político en la Universidad Diliman. De ahí, se adentró en el periodismo en medios como el canal estatal de televisión PTV 4 o la CNN en Manila. Ya no dejaría la profesión, que ha ejercido durante 35 años. Su digital, Rappler, es hoy día uno de los medios de referencia en su país, donde ha publicado, entre otras exclusivas, confesiones de sicarios que aseguran haber sido contratados por la policía para asesinar a drogadictos.

La primera entrevista de esta periodista con Duterte ocurrió a finales de los años ochenta. En 2015, durante la campaña electoral, el político le confesó que había matado a tres personas durante su carrera. Aquellas declaraciones catapultaron la popularidad de Rappler. Pero tras su investidura, el trato del mandatario al digital dejó de ser amistoso. En una entrevista a EL PAÍS en 2019, la nueva premio Nobel de la Paz consideraba que lo que la enfrentó con el presidente fue haber denunciado “su impunidad en la guerra contra las drogas y en su campaña de propaganda”.

Para este año se habían presentado al premio un total de 329 candidaturas. Además de diversos defensores de la libertad de prensa, en las quinielas de favoritos de este año figuraban la activista medioambiental Greta Thunberg y la Organización Mundial de la Salud (OMS). Otras organizaciones que han adquirido un gran protagonismo por su colaboración en la lucha contra la covid-19 estaban también en los primeros puestos de las cábalas sobre el vencedor de este año, entre ellas la Alianza de Vacunas (Gavi) y la Coalición para las innovaciones en la preparación para epidemias (Cepi).

Entre los candidatos, como viene sucediendo prácticamente en cada edición, se encontraban también nombres mucho más polémicos, como el expresidente norteamericano Donald Trump y el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu. Esta polémica ha rodeado a varios de los premiados durante la ya larga historia de este reconocimiento.

Ese fue el caso, por ejemplo, del secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger, que el mismo año que fue galardonado, 1973, promovió el golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende en Chile. Más recientemente, en 2009, se discutió la idoneidad para recibir el premio del entonces recién nombrado presidente de Estados Unidos, Barack Obama. Obama reforzó ese mismo año la presencia militar de EE UU en Afganistán y aprobó en 2011 ataques aéreos en Libia El último galardonado con un Nobel de la Paz que, paradójicamente, ha desatado una guerra ha sido el primer ministro etíope, Abiy Ahmed (2019), que un año después de recibir el galardón desencadenó un conflicto bélico que aún dura al ordenar a su ejército atacar la región de Tigray.

La entrega del premio tendrá lugar el 10 de diciembre, aniversario de la muerte de su fundador, Alfred Nobel. Este galardón se entrega tradicionalmente en el Ayuntamiento de Oslo. El año pasado, debido a la pandemia, la ceremonia tuvo lugar en el Aula de la Universidad de la capital noruega. Como ya ocurrió en la pasada edición del premio, que recayó en el Programa Mundial de Alimentos (PAM) de la ONU, para 2021 los organizadores prevén reducir al mínimo las ceremonias presenciales en diciembre por la covid-19. Cada premio está dotado con 10 millones de coronas suecas (unos 984.000 euros).

Con información de El País

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